Procedencia del hierro en el agua de consumo.
En alguna ocasión, nos hemos encontrado con el agua coloreada con varias tonalidades desde amarillenta a rojiza, que deja en los aparatos sanitarios, una marca que afea las duchas y baños, o turbidez y coloración patente en un vaso de agua del grifo.
Esta tonalidad procede del aumento de concentraciones de hidróxidos y óxidos de hierro en el agua, como producto de la oxidación de las tuberías, principalmente de acero galvanizado, que constituyen numerosas instalaciones de fontanería en edificaciones públicas o privadas, que van deshaciéndose poco a poco, con el paso del agua.
El agua puede ser considerada como el disolvente universal por excelencia y unido a diferentes factores como los compuestos químicos que normalmente se hayan disueltos, la temperatura, pH, oxígeno, partículas en suspensión entre otros más, provoca un ataque químico al material constituyente de las conducciones como el acero galvanizado habitual en muchas instalaciones, por las que circula originando distintos procesos de corrosión. Si bien, de forma individual, estos factores pueden ocasionar estos procesos de corrosión, la unión de varios de éstos actúa sinérgicamente, como el aumento de temperatura por ejemplo en un agua de baja mineralización.
La legislación europea y la correspondiente transposición española mediante el R.D 140/2003, establecen un valor máximo admisible de hierro disuelto en el agua de consumo humano, de 200 microgramos por litro.
El problema incide en dos consecuencias principales, en primer lugar en la degradación de toda la instalación de la tubería por oxidación, que provoca gradualmente una disminución de la pared real del tubo y con el tiempo, fugas inoportunas de agua en cualquier punto del edificio. Para redes industriales de gran tamaño y comunidades de vecinos con central térmica centralizada es un problema no despreciable a tener en cuenta.
Además en segundo término, cuando el problema sea ya importante tendremos como consecuencia, el consumo de agua con valores de hierro superiores al admisible o la pérdida de caudal por obstrucción de la luz del tubo.
Las soluciones se pueden enfocar a la sustitución de las tuberías, que en ocasiones se hace inviable por la envergadura de la inversión en un edificio en uso, o al tratamiento simplemente del agua centralizada, recomendado por RITASA, que evite el proceso de corrosión y frene el proceso de oxidación iniciado, alargando la vida útil de la tubería. La diferencia en costes de inversión y la dificultad o facilidad de desarrollar una u otra alternativa, son factores significativos para la toma de decisiones.
